cuento


El campesino y el diablo

Érase una vez un campesino ingenioso y muy socarrón, de cuyas picardías mucho habría que contar. Pero la historia más divertida es, sin duda, cómo en cierta ocasión consiguió jugársela al diablo y hacerle pasar por tonto.
El campesinito, un buen día en que había estado labrando sus tierras y, habiendo ya oscurecido, se disponía a regresar a su casa, descubrió en medio de su campo un montón de brasas encendidas. Cuando, asombrado, se acercó a ellas, se encontró sentado sobre las ascuas a un diablillo negro.
—¡De modo que estás sentado sobre un tesoro! —dijo el campesinito.
—Pues sí —respondió el diablo—, sobre un tesoro en el que hay más oro y plata de lo que hayas podido ver en toda tu vida.
—Pues entonces el tesoro me pertenece, porque está en mis tierras —dijo el campesinito.
—Tuyo será —repuso el diablo—, si me das la mitad de lo que produzcan tus campos durante dos años. Bienes y dinero tengo de sobra, pero ahora me apetecen los frutos de la tierra.
El campesino aceptó el trato.
—Pero para que no haya discusiones a la hora del reparto —dijo—, a ti te tocará lo que crezca de la tierra hacia arriba y a mí lo que crezca de la tierra hacia abajo.
Al diablo le pareció bien esta propuesta, pero resultó que el avispado campesino había sembrado remolachas. Cuando llegó el tiempo de la cosecha apareció el diablo a recoger sus frutos, pero sólo encontró unas cuantas hojas amarillentas y mustias, en tanto que el campesinito, con gran satisfacción, sacaba de la tierra sus remolachas.
—Esta vez tú has salido ganando —dijo el diablo—, pero la próxima no será así de ningún modo. Tú te quedarás con lo que crezca de la tierra hacia arriba, y yo recogeré lo que crezca de la tierra hacia abajo.
—Pues también estoy de acuerdo —contestó el campesinito.
Pero cuando llegó el tiempo de la siembra, el campesino no plantó remolachas, sino trigo. Cuando maduraron los granos, el campesino fue a sus tierras y cortó las repletas espigas a ras de tierra. Y cuando llegó el diablo no encontró más que los rastrojos y, furioso, se precipitó en las entrañas de la tierra.
—Así es como hay que tratar a los pícaros —dijo el campesinito; y se fue a recoger su tesoro.

lunes, 30 de junio de 2008

La Mata de Albahaca


La Mata de Albahaca


Era una mujer que tenía tres hijas. Y tenían en el jardín una mata de albahaca y cada día salía una de las hermanas a regarla.
Un día salió a regar la mata de albahaca la hija mayor. Y cuando estaba regándola, pasó por allí el hijo del rey y le dijo:
--Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?.
Y como no supo responder se fue el hijo del rey para su palacio.
Y al día siguiente pasó otra vez el hijo del rey por la casa y salió la hermana segunda a regar la albahaca, y él la hizo la misma pregunta:
--Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?.
Tampoco supo responder y el hijo del rey se fue para su palacio.
El tercer día, cuando volvió el hijo del rey a pasar por la casa, la hermana menor pasó a regar la albahaca, y él le hizo las misma pregunta que a las otras:
--Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?.
Y ella le respondió:
--Señorito aventurero, ¿cuántas estrellas tiene el cielo?.
Y como el hijo del rey no supo responder a esta pregunta, se fue a su palacio muy avergonzado.
Y entonces el hijo del rey como estaba muy avergonzado de ver que no habia podido responder a la pregunta de la hermana menor, se metió a encajero y salió a vender encajes a todas partes. Y llegó a la casa en donde vivían las tres hermanas y salieron a ver que vendía. Y la hermana menor escogió por fin una puntilla y le dijo al encajero:
--¿Cuánto quiere usted por esta puntilla?
Y él le dijo:
--Por esta puntilla un beso.
Y ella le dio el beso y se quedó con la puntilla.
Y otro día volvió el hijo del rey como antes a la casa de las tres hermanas. Y salió la hermana mayor a regar la albahaca y él la preguntó otra vez:
--Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?.
Y ella no supo que responder y él se fue para su palacio. Y al día siguiente volvió y salió la hermana segunda a regar la albahaca, y el hijo del rey la preguntó como antes:
--Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?.
Y ella no supo que responder como la primera vez. Y vino otro día el hijo del rey y salió la hermana menor a reger la albahaca, y la preguntó como antes:
--Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?.
Y ella le respondió como la primera vez:
--Señorito aventurero.¿Cuántas estrellas tiene el cielo?.
Y a eso preguntó él:
--Y el beso del encajero.¿estuvo malo o estuvo bueno.?
Y como ella no supo responder se metió en la cama avergonzada.
Pero pocos días después se puso malo el hijo del rey y no había médico que lo pudiera curar. Y fue la hermana menor y se vistió de médico. Fue al palacio del rey de médico superior, mucho superior, y le dijo al rey:
--Yo vengo señor rey, a curar a su hijo.
Y la dejaron entrar y consultó con los otros médicos y dijo:
--Pa que sane el principe hay que meterle un nabo en el culo.
Conque bueno, que le metieron el nabo en el culo y el hijo se puso bueno.
Y cuando ya estaba bueno, salió el hijo del rey otra vez a paseo y pasó por la casa de las tres hermanas otra vez. Y salió como de costumbre la hermana mayor a regar la albahaca, y él la preguntó de nuevo:
--Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?.
Y ella, como antes, no supo reponder.
Y otro dia salió la hermana segunda a regar la albahaca, y la hizo el hijo del rey la misma pregunta de siempre:
--Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?.
Y tampoco supo responder.
Y al tercer día, cuando pasó el hijo del rey por la casa, salió la hermana menor a regar la albahaca y él le preguntó como lo había hecho antes:
--Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?.
Y ella le respondió como antes:
--Señorito aventurero.¿Cuántas estrellas tiene el cielo?.
Y entonces el hijo del rey creyó que iba a salirse con la suya como antes y la preguntó:
--Y el beso del encajero.¿estuvo malo o estuvo bueno.?
Pero se engaño el hijo del rey, porque apenas había preguntado eso de antes, cuando ella le preguntó:
--Y el nabo por el culo.¿estaba blando o estaba duro?.
Y entonces el hijo del rey comprendió que ella había sido la que le había metido el nabo por el culo. Y como estaba muy enamorado de ella y ella también estaba enamorada de él, enseguida se casaron.

viernes, 27 de junio de 2008

La sopa de piedra




La sopa de piedra
Versión de J.M. González-Serna
Un monje estaba haciendo la colecta por una región en la que las gentes tenían fama de ser muy tacañas. Llegó a casa de unos campesinos, pero allí no le quisieron dar nada. Así que como era la hora de comer y el monje estaba bastante hambriento dijo:
-Pues me voy a hacer una sopa de piedra riquísima.
Ni corto ni perezoso cogió una piedra del suelo, la limpió y la miró muy bien para comprobar que era la adecuada, la piedra idónea para hacer una sopa. Los campesinos comenzaron a reírse del monje. Decían que estaba loco, que vaya chaladura más gorda. Sin embargo, el monje les dijo:
-¡Cómo! ¿no me digáis que no habéis comido nunca una sopa de piedra? ¡Pero si es un plato exquisito!
-¡Eso habría que verlo, viejo loco! –dijeron los campesinos.
Precisamente esto último es lo que esperaba oír el astuto monje. Enseguida lavó la piedra con mucho cuidado en la fuente que había delante de la casa y dijo:
-¿Me podéis prestar un caldero? Así podré demostraros que la sopa de piedra es una comida exquisita.
Los campesinos se reían del fraile, pero le dieron el puchero para ver hasta dónde llegaba su chaladura. El monje llenó el caldero de agua y les preguntó:
-¿Os importaría dejarme entrar en vuestra casa para poner la olla al fuego?
Los campesinos le invitaron a entrar y le enseñaron dónde estaba la cocina.
-¡Ay, qué lástima! –dijo el fraile-. Si tuviera un poco de carne de vaca la sopa estaría todavía más rica.
La madre de la familia le dio un trozo de carne ante la rechifla de toda su familia. El viejo la echó en la olla y removió el agua con la carne y la piedra. Al cabo de un ratito probó el caldo:
-Está un poco sosa. Le hace falta sal.
Los campesinos le dieron sal. La añadió al agua, probó otra vez la sopa y comentó:
-Desde luego, si tuviéramos un poco de berza los ángeles se chuparían los dedos con esta sopa.
El padre, burlándose del monje, le dijo que esperase un momento, que enseguidita le traía un repollo de la huerta y que para que los ángeles no protestaran por una sopa de piedra tan sosa le traería también una patata y un poco de apio.
-Desde luego que eso mejoraría mi sopa muchísimo –le contestó el monje.
Después de que el campesino le trajera las verduras, el viejo las lavó, troceó y echó dentro del caldero en el que el agua hervía ya a borbotones.
-Un poquito de chorizo y tendré una sopa de piedra digna de un rey.
-Pues toma ya el chorizo, mendigo loco.
Lo echó dentro de la olla y dejó hervir durante un ratito, al cabo del cual sacó de su zurrón un pedacillo de pan que le quedaba del desayuno, se sentó en la mesa de la cocina y se puso a comer la sopa. La familia de campesinos le miraba, y el fraile comía la carne y las verduras, rebañaba, mojaba su pan en el caldo y al final se lo bebía. No dejó en la olla ni gota de sopa. Bueno. Dejó la piedra. O eso creían los campesinos, porque cuando terminó de comer cogió el pedrusco, lo limpió con agua, secó con un paño de la cocina y se lo guardó en la bolsa.
-Hermano, -le dijo la campesina- ¿para que te guardas la piedra?
-Pues por si tengo que volver a usarla otro día. ¡Dios os guarde, familia!